LA HISTORIA DE ADÁN Y EVA
La religión nos dice que Dios creó primero al hombre, y de una de sus costillas, creó luego a la mujer... Humm, no sé, supongo que debe haber sido al revés. Dios creó primero a la mujer, a la que le puso el nombre de Eva, porque se sentía solo y pensó quizás que le hacía falta compañía.
Como era de esperarse, después de un tiempo Eva comenzó a complicarle las cosas a Dios, y ahí fue cuando decidió crear a Adán, para que Adán se hiciera cargo de Eva.
Los reunió y lo primero que les dijo fue: “Pueden disfrutar y hacer lo que quieran aquí en el Paraíso, pero con la condición de que no se acerquen al árbol de manzanas”.
Todo iba bien hasta que un día Eva tuvo un caprichito, ¿y con qué fue? No con las peras, los duraznos o los nisperos, ¡NO!, tenía que ser con las jodidas manzanas; Adán, que como la mayoría de nosotros, no sabe decirle que no a su mujer, le bajó la manzana.
La religión también nos dice que Dios, enojado y defraudado por tal desacato, los expulsó de paraíso; pero eso tampoco fue así, no, Él se fue, sí, se fue bien lejos y los dejó solos. Él no los castigó, no hacía falta, ellos se castigaron solitos… así de simple.
Y aquí estamos, sus descendientes, sufriendo “PER SAECULA SAECULORUM” porque Dios no ha querido regresar a la tierra.
Así son las Evas ahora
Bellas, dulces, sexys, adorablemente astutas pero a la vez tontas en el amor.
Imaginativas y magas... una gotita y en nueve meses tendrás un lindo bebé.
La necesidad de eva de ser madre
Si tú crees que esa mujer que está contigo, está contigo porque se enamoró de ti, te equivocas. Ella necesitaba de ti, que es otra cosa.
Porque nosotros vinimos al mundo para complacer su necesidad biológica de dar a luz un nuevo ser.
Nosotros somos el instrumento sexual que ellas necesitan para cumplir su natural deseo y misión en la vida... ser mamá.
Luego, pierden totalmente el interés.
Eva estará presente hasta en nuestro último suspiro... ojalá sea bonita.
Por seguir con nosotros en las buenas y en las malas y por todos esos apasionados momentos… ¡Salud, mis queridas Evas!
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